domingo, 7 de julio de 2013

Todo está en nuestras manos.

Hay preguntas que no deberían de obtener respuesta; hay momentos que no deberían de ser recordados; hay miedos que no deberían ser superados. Cosas que hacen que sean nuestra fortaleza, tanto como el dolor y el placer de sentir un determinado tipo de sufrimiento, el que no se siente, el que te va destruyendo poco a poco, tan fuerte como el fuego que te va consumiendo, dejando los restos en cenizas. No sé si me explico, no sé si me entiendo, aunque, ¿alguna vez hemos sabido perfectamente lo que sentimos? A veces, lo mejor es no saberlo pero terminamos convirtiéndonos en ignorantes, como si ciegos fuéramos con respecto a nuestros sentimientos, los dejamos de lado cuando en realidad son los cimientos de lo que somos en realidad. Un simple paso amenaza nuestra futura vida, simples decisiones o una simple acción, cada detalle está escrito y el destino pone las cartas sobre la mesa, como si de un juego se tratase, del cual nosotros tenemos que jugar. Un movimiento marca un antes y un después, un comienzo o un final, buscamos la felicidad como algo que vendrá después de un tiempo cuando sabemos que siempre ha estado delante nuestro. ¿Y si la felicidad aparece cuando sabemos lo que queremos? Cuando todo encaja y vivimos en paz con nosotros mismos, cuando el destino lo marcamos según nuestras decisiones. Pero un paso en falso y caemos a un precipicio y no hay vuelta atrás, no existirá solución posible para un error cometido, solo aprenderemos, y será algo que nos abrirá un poco más los ojos. Nos abre los ojos para saber qué sentimos realmente. Cuando sabemos quiénes somos la felicidad llega. Y ya no hace falta más.