Fue
en octubre, cuando el otoño ya hacía caer las primeras hojas de los
árboles y el frío empezaba a llegar. Ese día estaba lloviendo,
pero era acogedor. Ella escuchaba el ruido de las gotas mientras
estudiaba, como cualquier otra tarde, solo que esa tranquilidad se
rompió al oír a su madre gritar.
Salió
corriendo de su habitación para comprobar qué había ocurrido. Los
accidentes en el hogar no son tan escasos, al parecer el piso estaba
mojado por una gotera en el techo, propio de una casa de madera.
Según su madre, su padre iba a ir a salir a comprar la comida cuando
pasó por ahí y resbaló. Una mesa estaba cerca y cuando cayó se
dio contra ella.
No
hay más qué decir. Fue lo sucedido, muy rápido la verdad, pero
fueron los minutos más dolorosos que había experimentado Melany a
pesar de sus 16 años de vida.
A
pesar de que ya había pasado un mes desde que empezaron las clases,
ya quería irse, pero a la vez no quería que acabara, ya que
volvería a la casa donde estaban encerrados los recuerdos, donde
estaba la presencia de su padre. La soledad era su única compañía
en esos días, estaba rodeada de gente, de amigos y amigas que la
querían pero nada era igual, cerraba los ojos y empezaba a recordar,
a su acompañante, a su mejor amigo, a su aconsejante a su padre. Le
recordaba cada día, así se sentía viva, vivía para él, si
sonreía era porque sentía que estaba ahí, a su lado,
protegiéndola, como siempre lo hacía antes del accidente.
Su
madre no era un excepción. Velaba por él todas las noches, abría
la ventana y miraba las estrellas, como si allí tuviera la solución
a ese gran problema, a esa tragedia que llegó de improvisto. Seguía
adelante a pesar de la ausencia de su marido, de su amor, de la
persona que la acompañó gran parte de su vida y que ya no estaría
más nunca a su lado.
Diciembre.
Todos
los días eran iguales, monótonos. Tardes lluviosas y, a pesar del
frío, ya se sentía la calidez de la navidad. Podrían ser una de
las más tristes, melancólicas, aunque ellas se ayudaban mutuamente,
luchaban para seguir adelante, para ayudarse y ser felices.
El
día de navidad, su madre la despertó:
-Buenos
días cariño, hace un día precioso. Ha dejado de llover, ¿por qué
no salimos un rato a dar un paseo?
Ese
podría ser el mejor de los regalos para Melany, la compañía de su
madre.
Salieron
las dos al jardín y a continuación cogieron camino hacía un parque
cercano. No había silencio. Ellas se fundían en las variadas
conversaciones que tenían, se escuchaba el ruido de los niños
jugar, los coches pasar, se veían parejas, familias enteras, todos
sonreían, un día lleno de vida.
El
parque no estaba tan lleno, solo estaba la presencia de dos ancianos,
un señor que leía, unos hermanos disfrutando de la nieve que había
caído aquella noche y un chico. Fue lo que a Melany más le llamó
la atención. Estaba solo, en un banco sentado, con la mirada perdida
en sus pensamientos.
-Necesito
caminar un poco, me vendría bien. -le dijo Melany a su madre.
-Yo
estaré aquí sentada, no me iré, no tardes mucho. -le respondió.
La
chica empezó a caminar. El parque era bastante grande por lo que
podía pasarse varios minutos caminando, sin detenerse, sumergida en
sus pensamientos.
Pasó
delante de aquel chico sin darse cuenta, pero él si la notó, la
vio, con detalle, sus ojos ahora brillaban. No había ningún motivo.
El giró la cabeza, no encontró sentido a su reacción, a lo que
sintió por el simple hecho de ver a una chica desconocida.
Raúl,
así se llamaba. Ya habían pasado unos minutos de haberla visto pero
en su cabeza no dejaba hacerse la misma pregunta: ¿quién era esa
chica?
Se
levantó y empezó a caminar, quiso aclarar sus ideas.
Melany
seguía su camino, reflexionando sobre su vida, sobre su familia...
Miraba al suelo, no veía a las personas pasar. Raúl también seguía
su rumbo pero él caminaba más y más rápido, como si estuviera
huyendo de sus recuerdos, de sus problemas. Sentía que debía llegar
a un lugar pero no sabía cuál. Pasó así varios minutos hasta que
se sentó en el primer banco que encontró, al lado de una mujer.
Ella ni si quiera se percató de lo sucedido. Al cabo de un rato,
llegó Melany.
-Hola
mamá.
-Ah,
hola cariño.
Raúl
se sorprendió, estaba temblando, no sabía qué decir, por lo que
prefirió levantarse, cediéndole el sitio a la joven chica. Hubo un
problema. Ella se presentó.
-Hola,
soy Melany, encantada de conocerte.
-Hola...
Yo Raúl. Igualmente.
La
madre de la joven era muy detallista y le gustaba cuidar los momentos
así que le dijo a su hija que iría a dar una vuelta. Ella se puso
nerviosa, ¿qué estaría haciendo con un extraño, solos, en un
parque? Pero lo que le impresionaba era que no tenía miedo sino todo
lo contrario. Su madre se retiró.
Raúl
se consideraba una persona sociable y qué más fácil que establecer
una conversación con alguien al que no conocías, habían mil temas
de qué hablar. Comenzaron un pequeño diálogo que con los minutos
iba creciendo, la confianza iba aumentando. Antes de irse se dieron
un abrazo y ella le entregó una pulsera que se había hecho aunque
siempre se solía caer ya que no era buena haciéndolas pero
soportaba estar en la mano, eso le valía. Si la perdía se hacía
otra pero esa ya le pertenecía a Raúl.
Ya
había llegado la noche, ella, en su habitación, miraba las
estrellas, pensaba en su padre, pero había llegado alguien más en
su vida. Por otra parte, él no dejaba de pensar en ella. Raúl vivía
una vida casi perfecta, tenía dos padres, un hermano pequeño,
estudios, jugaba al fútbol y era muy conocido en su instituto. Solo
que él, era diferente, siempre soñaba, escribía sobre su vida,
sobre cosas fantásticas e irreales, no paraba de imaginar cosas
nuevas. Esa noche escribió sobre una realidad, sobre ella.
Febrero.
Ellos
dos empezaban a verse cada día, se hablaban a diario y era casi
imposible dejar de pensarse mutuamente. Los sentimientos eran más
notables, Melany por primera vez reía de verdad, sin máscaras. Él,
por fin pudo dejar imaginar cosas irreales, Raúl ya se sentía
completo, se sentía lleno de vida, con ganas de escribir su
realidad, con verla, juraba amarla cada segundo que pasaba. Ella no
era una excepción. Lo amaba, a pesar de los pocos meses a su lado,
le bastaba, se conformaba con eso. Su madre la veía, era feliz
gracias a ella, le regalaba su felicidad, su hija lo era todo y verla
disfrutar de la vida la hacía descansar, estar más tranquila.
Las
miradas eran más especiales, los silencios eran cómodos, y el
tiempo se detenía cuando estaban juntos. Estaban hechos uno para el
otro, estaban unidos por dos realidades que antes deseaban: ella
necesitaba a alguien, no que reemplazara a su padre ni mucho menos,
necesitaba a alguien que la acompañara, a alguien que la hiciera
feliz cuando ya no tenía fuerzas para continuar. Él quería un
sueño cumplido, quería ver a su vida delante de él, un día juro
que se entregaría a la persona amada, él era de sus escritos, de
sus sueños, ahora él pertenecía a ella.
Marzo.
Ya
había pasado un mes pero para ellos parecía que pasaban minutos,
segundos si era necesario. El tiempo iba muy rápido pero si estaban
juntos no les importaba.
Ese
mañana quedaron para ir otra vez al parque, era su lugar favorito.
Raúl siempre la esperaba en el banco donde se conocieron, ya luego
Melany llegaba unos minutos más tarde. No tardaba mucho. Pero, al
contrario, ese día no era el caso. La joven no llegaba como de
costumbre, se retrasaba, él estaba extrañado, más preocupado de lo
que debería estar. Y el tiempo pasaba pero no llegaba, la llamaba
pero no había ninguna respuesta. Optó por ir a su casa, tal vez se
la encontraba por el camino. Iba cada vez más deprisa, no la
encontraba.
Muchas
personas estaban agrupadas en la carretera, un coche a la derecha,
más adelante una ambulancia. Él se imaginaba lo peor. Había una
camilla, con una manta y alguien encima. No quería saber la
respuesta. Ya lo daba todo por hecho, no tenía que saber nada más,
así que se fue. No comprendió lo que estaba ocurriendo, no quería
aceptar la verdad, esa no.
El
chico empezó a correr y, justo en ese momento, la pulsera se cayó
al suelo. Sus lágrimas caían y su rabia iba creciendo, su mente
decía que todo había acabado pero su corazón buscaba alguna
esperanza. Pero no la encontró. Decidió irse del pueblo, le costó
convencer a sus padres pero lo consiguió, no se fueron muy lejos,
solo a unos pocos kilómetros de donde antes vivían, pero el parque
estaba lejos, no lo volvería a ver. Ahí estaban guardados sus
recuerdos.
Justo
cuando Raúl se fue, Melany, salió de su casa para verse con él. Se
había retrasado haciendo algunos recados. Mientras se dirigía hacia
el parque vio el accidente. Muchas personas, una ambulancia, un
coche, alguien muerto. No quería pensar que en esa camilla estuviera
la persona a la que amaba. Algo que no se esperaba era ver la pulsera
tirada en el suelo, cerca de la camilla. Un nudo en el estomago la
dejó sin aliento y no pensó en otra cosa que en irse de allí,
tomando la misma decisión del chico, huir del dolor, de la presencia
de aquel trágico momento.
Pasaron
días, él vivía su nueva vida, con un gran hueco en su interior, se
sentía tan vacío. Ella vivía con el recuerdo de las dos personas
que más amaba. Los dos supieron vivir pero no aprendieron a ser
felices, solo esperaban pero las ilusiones eran falsas, sus mentes
negaban cualquier esperanza y ya no creían en la vida, estaban de la
mano con el dolor.