domingo, 21 de octubre de 2012
Típico día.
Si nunca te has encerrado en tu habitación para que nadie te viese llorar, poner tu cara contra la almohada para que no te oigan, gritar que todo acabe de una vez. Si nunca te has preguntado que por qué sigues de pie, por qué sigues luchando si lo único que hay son motivos para llorar. Si nunca le has pedido a Dios que al día siguiente no despertaras, nunca comprenderás lo que se siente. Lo que es no valorarte, imposible de describirte porque solo se te ocurren defectos, cometer un error tras otro cuando solo intentas arreglar lo que alguna vez destrozaste, hacer un problema por todo, hacer montañas de granos de arena una y otra vez porque estás acostumbrada a ver tanto lo malo que no te crees lo bueno, verte en el espejo y solo odiar aquel reflejo. Y llega un día, en el que te sientes mejor y ligado a eso el día también lo será, te levantas y sonríes, con ganas de hacer lo que sea. Pero, de repente empiezas a ver hechos que te llevan a recordar la realidad, que de tanto engañar a los demás con una sonrisa te la vas creyendo y ya no sientes dolor, que la gente conoce nuevos mundos y te vas sintiendo más sola, que extrañas a personas que están a tu lado. Si nunca has deseado desaparecer y no haber sufrido nada, si nunca te has quedado con abrazos guardados en las manos e impotencia en tu interior, si nunca has utilizado máscaras para que los demás no se preocupen, si nunca te has aguantado las ganas de llorar para que las personas a tu alrededor no te vieran y si nunca has amado hasta que te duele el corazón, nunca lo entenderás.